Felisa Tambor y Canción de Cuna (para mí): un arrullo urgente para sanar el alma de cada uno de nosotros, recordando esa infancia, que no para todos pude ser igual.
Felisa Tambor sorprendió al público con el lanzamiento de Canción de Cuna (para mí), una pieza íntima y profundamente personal que nace desde el dolor, la intuición y la necesidad de sanar. En medio de planes para un EP ya estructurado, la artista colombiana decidió hacerle caso a su instinto y lanzar esta canción inesperada, escrita como un gesto de ternura hacia su niña interior. La decisión no fue racional: fue un grito del corazón. “Tenía que salir ahora”, nos cuenta, en una charla en la que se entretejen memorias, heridas, resiliencia y la fuerza transformadora del arte.
Un impulso que no pudo esperar
Aunque tenía listo un EP para 2025, Felisa Tambor se dejó guiar por una certeza inexplicable: Canción de Cuna (para mí) debía ser compartida de inmediato. “Fue una locura, como un arrebato”, confiesa. La canción no estaba terminada, pero algo dentro de ella insistía: había que soltarla ya.
Este impulso es representativo de un cambio profundo en la forma en que la artista entiende su propio proceso creativo. Si antes se dejaba dominar por el perfeccionismo, ahora prioriza el sentir sobre la técnica.
Un arrullo desde el abismo
La canción nació en un momento difícil: una llamada con una amiga, lágrimas incontenibles en el carro, y un ejercicio revelador. “Imagina que tienes una niña invitada en tu casa. ¿Cómo la tratarías?”, le dijo su amiga. Esa pregunta desató todo. “Me golpeó”, recuerda Felisa Tambor. Esa misma noche comenzó a escribir lo que, meses después, en un campamento musical, se convertiría en Canción de Cuna (para mí).
El resultado es un tema sereno, melódico y conmovedor que funciona como un abrazo musical. Una especie de recordatorio maternal que nos invita a cuidar esa parte vulnerable, sensible y luminosa que muchas veces dejamos de lado en medio de las exigencias del mundo adulto.
Una historia de amor propio
La historia de Felisa Tambor es también la de alguien que tardó en reconocer su propia voz. Criada en una familia de músicos, siempre sintió que no era suficiente. El talento que la rodeaba la hizo dudar de su lugar en la música. Por eso se refugió durante años en trabajos tras bambalinas, en el diseño, en otras formas de creación que no implicaban exponerse del todo.
Hasta que hace cinco años todo cambió: “Dije ‘mi lugar es el escenario’. Fue como volver a casa”. Desde entonces, se ha entregado a una búsqueda artística auténtica, donde la emoción y la vulnerabilidad tienen más peso que la técnica pura. “Ahora priorizo el sentir”, afirma. Su música, por tanto, no es solo sonido: es memoria, es cicatriz, es promesa.
La niña que cantaba frente al mar
Al hablar de su infancia, Felisa dibuja una postal hermosa y compleja: una niña feliz y soñadora, que creció frente al mar en San Andrés, pero también la hermana mayor de ocho, con miedos y responsabilidades tempranas. Esa dualidad entre la luz y el peso es algo que su música refleja con honestidad.
Una de las canciones que la marcó de pequeña fue Parte de Tu Mundo de La Sirenita. “Me identificaba con esa sensación de incomprensión. Cantarla era gritar: ‘¡Alguien entiéndame!’”, dice. Esa misma búsqueda de comprensión —y de ofrecer consuelo a quienes sienten lo mismo— parece atravesar todo su trabajo artístico actual.
Entre las figuras femeninas que han marcado su camino, Felisa Tambor menciona en primer lugar a su madre: “Una guerrera que crió a ocho hijos siendo música”. También cita a artistas como Susana Baca y Totó La Momposina, mujeres cuya voz está “llena de alma, no solo de técnica”.
Esa idea de cantar con el alma es central en la propuesta de Felisa Tambor. No canta para deslumbrar: canta para sanar. Canta para dejar una huella emocional. Canta para invocar un espacio seguro, un lugar donde la fragilidad no sea sinónimo de debilidad, sino de belleza.
Tras este lanzamiento visceral, Felisa Tambor no se detiene. Tiene listo un EP que pronto verá la luz, además de otros proyectos tan poéticos como provocadores. Uno de ellos es Fiesta de Tambores, una canción que planea lanzar desde un cementerio. “Este año no me voy a poner trabas”, declara con decisión.
Ese espíritu libre, casi místico, atraviesa todo lo que hace. Con una mezcla de raíces caribeñas, sensibilidad contemporánea y una conexión profunda con su propia historia, Felisa Tambor está construyendo una carrera que no se ajusta a moldes. Su brújula es interna, emocional, y cada canción suya es una extensión de ese mapa invisible.
Un arrullo para compartir
Para quienes todavía no han escuchado Canción de Cuna (para mí), Felisa tiene una invitación sencilla pero poderosa: “Es un arrullo para el alma, hecho con las tripas. ¡Déjenme saber qué les parece!”. Y sí, la canción se siente así: como un abrazo honesto, como una promesa de cuidado, como una voz que, más que buscar ser escuchada, quiere acompañar.
En tiempos en que la música a menudo busca impacto inmediato o fórmulas virales, Felisa Tambor apuesta por lo contrario: canciones que respiran, que miran hacia adentro, que ofrecen refugio. Canción de Cuna (para mí) no es solo un sencillo: es un acto de amor propio, una carta a la infancia, un gesto de valentía emocional. Y, sobre todo, una muestra de que el arte sigue siendo un camino para regresar a lo esencial.