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Plastilina Mosh

Observar el mundo de hoy, en pleno 2025, y retrotraerse al año 1997, es como hojear un álbum de fotos de un pariente lejano. Veintiocho años pueden parecer poco en la escala geológica, pero en la cronología humana, especialmente en la era digital, son un abismo. Desde la vibrante cultura pop hasta la geopolítica global, pasando por la tecnología que permea cada aspecto de nuestras vidas, el cambio ha sido vertiginoso, a veces sutil, a menudo estruendoso.

En 1997, el mundo se movía a un ritmo que hoy nos parecería casi bucólico. La World Wide Web era una novedad emocionante, pero aún balbuceante. Conexiones dial-up que chirriaban y se tardaban minutos en cargar una simple página web eran la norma. El correo electrónico empezaba a desplazar a las cartas tradicionales, pero la comunicación instantánea era un sueño lejano. La gente escuchaba música en Walkman o Discman, con colecciones de CDs ocupando estanterías enteras. Los teléfonos móviles, voluminosos y con antenas, eran un lujo, utilizados principalmente para llamadas y mensajes de texto rudimentarios.

Mientras tanto, en un canal sintonizado un poco más abajo, en la señal local de esa misma televisión, la ciudad de Monterrey comenzaba a vivir su propia revolución. Lejos del brillo de Hollywood y las pasarelas europeas, un par de jóvenes irreverentes, Jonaz y Rosso, estaban cocinando un sonido fresco y desenfadado que pronto pondría a la Sultana del Norte en el mapa musical del mundo. En ese 1997, Monterrey era una olla a presión de creatividad, un semillero de ideas donde la energía industrial se mezclaba con el arte emergente, y donde la banda Plastilina Mosh estaba a punto de encender la chispa que iluminaría una nueva era para la música mexicana. Su irrupción no fue solo el nacimiento de una banda, sino el reflejo de un Monterrey que, a su manera, también estaba listo para conquistar el mundo.

Hoy, 28 años después, nos encontramos en una noche lluviosa en la Ciudad de México. El clima frío y mojado, un telón de fondo melancólico, parecía presagiar la pesada atmósfera global de un mundo en pánico por la posibilidad más latente que nunca de una tercera guerra mundial. Sin embargo, en medio de esta incertidumbre, el Pepsi Center se erigía como un faro, prometiendo un escape sonoro. La lluvia, si bien complicaba la movilidad característica de esta urbe, no mermó el ánimo de un público diverso, aunque con una marcada presencia de rostros que superaban los 35 años, evidencia palpable del largo camino recorrido por la banda y sus seguidores.

Casi a las 8:30 de la noche, el dúo regiomontano, Jonaz y Rosso, hizo su aparición. Las distorsiones inconfundibles de “Afroman” fueron el estruendoso pistoletazo de salida. Los saltos y gritos no se hicieron esperar. Una bola disco, suspendida majestuosamente en el centro del Pepsi Center, añadió un toque retro y brillante a la noche, elevando la atmósfera festiva que desde el primer acorde se sintió potente.

Con Jonaz empuñando la guitarra y Rosso al teclado, acompañados por una sólida sección rítmica de batería, bajo y una segunda guitarra, los éxitos comenzaron a desfilar sin tregua. “Niño Bomba”, “Los Axidados”, “Human Disco Ball” y “Millionaire” mantuvieron la energía en lo alto. El ánimo no decaía, las filas para adquirir cerveza se alargaban, y los vasos, impulsados por la euforia colectiva, empezaron a volar entre los asistentes, creando una comunión desenfrenada.

Con “Pervert Pop Song” llegó un intermedio de diez minutos, un respiro necesario para que la audiencia recargara energías. La oportunidad perfecta para ir por una bebida, visitar los sanitarios o simplemente buscar una mejor ubicación. Quienes hemos seguido a Plastilina Mosh a lo largo de los años recordamos shows con ciertas vicisitudes: salidas tardías, presentaciones marcadas por el exceso, o problemas recurrentes con el sonido que a veces empañaban la experiencia. Pero esta noche fue diferente. El largo camino recorrido, casi tres décadas de trayectoria, se hizo evidente en una ejecución impecable y una calidad de sonido que demostró la madurez y profesionalismo alcanzados por la banda.

Al concluir la pausa, Jonaz y Rosso regresaron al escenario con renovado vigor. Temas como “Aló”, “Enzo”, “MJLM” y la siempre explosiva “Peligroso Pop” y “Nalguita” mantuvieron el ritmo vibrante de la noche. Afuera, la lluvia persistía, pero dentro del Pepsi Center se gestaba un clima distinto, una burbuja de euforia y remembranza.

El clímax de la noche llegó con el tema más legendario de la banda: “Mr. P Mosh”. Un coro masivo, un himno para toda una generación, resonó en cada rincón del recinto, marcando el cierre perfecto para un concierto que fue mucho más que una simple presentación; fue un recuento. Plastilina Mosh es, para muchos de nosotros, la banda sonora de diferentes momentos de nuestras vidas, un testigo auditivo de cambios y permanencias. Esta noche, en medio de la vorágine de 2025, fue una noche para hacer un resumen sonoro de esa historia compartida, y reafirmar que, a pesar del abismo temporal, hay canciones que siguen vibrando con la misma intensidad.

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