Advertencia: Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad de La Ramona y no necesariamente reflejan la posición oficial de Bizarro FM o de alguno de sus integrantes
La oferta mexicana festivalera avanza con pasos gigantescos, cada región busca destacar compitiendo por aglomerar al mayor número de público posible, bajo la meta de auto superarse en cada edición. En ese mundo donde los números lo son todo, nos topamos con el Roxy Fest 2019, el cual cerró su tercera edición supuestamente con 19 mil personas, el pasado 23 de febrero.
“Llevamos dos ediciones muy buenas con alrededor de 40 mil personas en total. La verdad pensamos que sería menos complicado avanzar, sin embargo, cada año ha sido más difícil. Por eso esperamos que vaya mucha gente al festival y podamos seguir creciendo con nuestra propuesta totalmente independiente”, mencionaba Jacobo Márquez – organizador del Roxy – durante una entrevista para otro medio.
Como se sabe, el Roxy además de ser uno de los festivales jóvenes que se yerguen en Guadalajara, es independiente, lo que significa que no pertenece a la larga lista de hijos del tío Ocesa, como lo son Coordenada, Pal’Norte, Vive Latino y Corona Capital. Pero hablar de festivales es hablar de “los dineros”.
El presente texto fue realizado con fines ilustrativos y para ampliar el panorama a la hora de considerar asistir a un festival o no, más allá del cartel o de si “vale la pena” el gasto.
¿Por qué apoyar la independencia en todas sus formas?
Sin caer en “chairismos” en contra de los monopolios, se trata de crear un mercado estable para beneficio propio, entre más competencia exista más oferta y demanda, así como más oportunidades de derrama económica tienen las localidades donde se realizan estos magno eventos, y mejor cuidamos nuestros bolsillos –al menos hasta que encontremos la manera de aumentar la quincena proporcionalmente al número de conciertos a los que queremos asistir al año–.
Pero en vez de eso somos exquisitos, buscamos ver a The Chemical Brothers, Tame Impala, Phoenix y Yeah Yeah Yeahs a $790 pesitos mexicanos (Fase 1), lo cual es prácticamente simbólico, si hiciéramos cuentas del costo neto que implica traer a cada una de estas bandas. Mientras que otros tantos son capaces de pagar $3,060 – si perteneces a los simples mortales que con sudor y sangre alcanzaron la Fase 9 – o hasta $5,010 – en el caso de los seres divinos e iluminados que se atreven a comprar VIP–, con tal de ver a Artic Monkeys, Kings of Leon, Carlos Santana o The 1975.
Lo cierto es que cuanto más cotizado sea el headliner es más costoso, y las cuentas no siempre salen como se espera: “Este año fue muy difícil. Primero fue complicado encontrar a las bandas que quisieran participar y hacer el booking del festival, nos ha costado pagar las deudas que hemos ido generando a lo largo de los otros dos años”, me explicó Márquez días antes de que se llevará a cabo la tercera edición del Roxy.
“Hablando en un tema muy de negocios, los retornos de inversión llegan a la cuarta o quinta edición, durante los tres primeros años tú debes invertir y muchos festivales por eso han hecho una pausa o incluso, han terminado luego de la tercera edición. Tanto Vive Latino como Coachella hicieron pausas en algún punto”, ilustró.
Y es que la industria de la música –como cualquier otra– es muy variable para todos los que se dedican o desenvuelven en ella, mientras existen festivales como Roxy que deben morderse las uñas para sacar una edición más –y lo reconocen–, tenemos el otro tanto de festivales que se dan el lujo de aceptar la payola de las bandas que desean ser incluidas en sus carteles –para que al final, de todos modos la gente prefiera ver a los mismos headliners año tras año–.
¿Cuántas veces hemos visto a Caifanes, Caligaris, Molotov o Café Tacvba en los festivales de los últimos 5 años?
No está mal ver a tu banda favorita una y otra vez, para eso existen las giras. Pero si la oferta va a ser la misma en cada festival, mejor sería que se armaran un espectáculo tipo el 90’s Pop Tour con invitados especiales como Morrisey o Roger Waters, para recorrer la república mexicana.
Tal vez así disminuirían los costos de los boletos y habría la posibilidad de ver nuevos proyectos en más festivales o por lo menos, artistas que sí traigan material nuevo por mostrar y que hagan justicia a los tiempos actuales en los que, irónicamente, existe una escena más diversa y con mayor oferta musical a nivel mundial.
En vez de eso, tenemos el mismo cartel por todos lados pero con diseños diferentes y dos o tres artistas internacionales que son esos “invitados especiales” de los festivales que entran en la misma zona de confort que el público que vive del pasado; ese tipo de audiencia que es capaz de pagar lo que sea por hacer un karaoke masivo para el playback de Saúl Hernández.
En ese sentido, el Roxy nos dio justo eso… pero también se arriesgó a traer bandas que pocas veces se ven de este lado, como Soul Asylum, quienes solo habían tocado una vez en Tijuana – según declaraciones de Dave Pirner durante una entrevista realizada recientemente–.
Además de agradecer la oferta musical, también se agradece el que hayan mantenido un costo considerablemente bajo en comparación con otros festivales, a $1,400 en su segunda fase general, $2,100 para VIP y $500 para niños de 4 a 12 años.
¿Festivales familiares?
¡Ah claro! Porque ni pienses que el festival deja de lado que seas un padre o madre luchón sin tener dónde dejar a la bendición en cuestión -sobre todo si apelan al público oldie que gusta de ver a las bandas clásicas-, por eso ya incluyen actividades para los peques en un afán por crear “espacios familiares”, que en realidad no es otra cosa que la oportunidad de cobrarte otro elemento, algo así como cuando el chof de la combi menciona que los niños en brazos también pagan pasaje.
Y en ese mame, ya son más los festivales que irónicamente se abren a estas opciones “inclusivas” cuando aún les faltan pulir detalles de seguridad como el caso de la mujer que fue sorprendida con 19 celulares robados durante la edición del Corona Capital (2018); y en su grado más extremo, lo que sucedió con el joven que falleció ahogado en la también reciente edición del Bahidorá (2019), que sin afán de hacer leña del árbol caído ni afectar susceptibilidades, son ejemplos de en lo que se debe hacer énfasis antes de siquiera considerar el acceso a menores de edad en un evento masivo de esta índole.
No obstante, nuestro cada vez más aglomerado Vive Latino lleva ya algunos años incluyendo al público infantil en su ingreso económico.
https://www.facebook.com/festivalvivelatino/photos/a.409959780515/10156796738995516/?type=3&theater
¡Ojo! No estoy en contra de llevar niños a los conciertos.
Recientemente me encontré con una familia completa que asistió al concierto de Camilo Séptimo en el Pepsi Center WTC, de la que me enamoré. La niña -de 7 añitos aproximadamente- parecía la más feliz de su grupo al bailar y brincar durante casi toda la presentación, muy coqueta ella con su vestido de lentejuela.
Pero en dicho caso hablamos de un concierto de un par de horas a lo mucho, en un lugar con todas las medidas de seguridad cubiertas, no de un festival en el que existen riesgos tan básicos incluso para los adultos, que van desde insolación o deshidratación hasta los que llegan a ser pisoteados o lastimados durante los bailes -por mencionar los casos más comunes-.
Por eso me parece prudente que todos estos aspectos sean considerados por el público antes de precipitarse a asistir a un festival. Mi intención no es desanimarlos ni satanizar a los festivales, sino apelar a la conciencia del público, capaz de interpretar lo que más le conviene y no únicamente lo que la industria le indica que debe consumir.
Al final, todos los conciertos que se realizan alrededor de la república también ayudan a descentralizar la atención de la capital mexicana y fortalecen la economía de otras ciudades. Ese fue justo uno de los motivos por los cuales la Secretaría de Turismo de Yucatán ha visto en festivales como el Roxy o el Cervantino, la oportunidad para atraer el turismo local e internacional al estado, llevando a diferentes regiones una probada de su cultura -en este caso gastronómica-, no solo ampliando la promoción del lugar, sino enriqueciendo la oferta -alimenticia- de los eventos en los que tienen presencia.
¡El business de la música!
Hay que entender que más allá del “amor al arte”, los festivales componen un negocio bastante redituable, sobre todo si conoces el público al cual te diriges:
Zonas infantiles: Porque la mayoría del público asistente de entre 25 y 40 años de edad, cuenta con hijos.
Food trucks: Los hochos y las hamburguesas no son suficientes, necesitarás por lo menos un puesto de comida vegana porque está de moda ser pro-animales.
Stands interactivos: Traducido a esa fijación porque se convierta en un carnaval más que en un festival y porque es el costo que piden marcas y patrocinadores por haber invertido en él.
(Igual de molestos y estorbosos que los comerciales de YouTube, para prueba solo basta medir el tiempo en que incrementaron los trayectos de escenario a escenario en el Vive Latino, gracias a las estorbosas carpas y puestos que terminaron por obstruir el tránsito de las zonas por las que se supone podías desplazarte en le pasado).
Murales y espacios recreativos: Algo que al público le gusta más que la música es la auto proyección, esa necesidad de dejar nuestro recuerdo plasmado en algún lado (antes rayando los baños clandestinamente con plumón, hoy a través de algún mural para escribir o dibujar).
Así como toda clase de souvenirs y zonas de estar.
Porque ir a un festival ya tiene que ver con todo menos con la música.
En cambio, festivales independientes que se arriesguen a no ofrecer lo mismo que los demás, corren el riesgo de convertirse de nicho -sobreviviendo de milagro-, o perecer en su segunda o tercera edición, tal como lo mencionó Jacobo Márquez.
Así que ¡sí, asiste a los conciertos que quieras y fomenta la música apoyando a los festivales que ofrecen distintas propuestas musicales en sus carteles, porque lo demás ya es pura payola y venta de garage!
Feliz música, gatitos. ??