Publicidad

Las vidas y los excesos de algunas de las estrellas más consagradas del rock dan para mucho metraje, pero en 2010 Wes Orshoski y Greg Olliver escribieron y dirigieron uno de los documentales más sinceros, honestos y alabados sobre una estrella del rock que se han podido ver en nuestras pantallas.

Lemmy, que así se tituló su obra, narra en primera persona y también a través de quienes le conocieron y compartieron carrera y correrías con él la vida del líder de Motörhead, Lemmy Kilmister.

Se trata de un documental que se ganó tanto al público como a la crítica y que consigue acercarnos a la cotidianedad nada vulgar del hombre que había detrás de una de las figuras claves para entender el origen del metal.

Hacer un documental sobre estrellas de la música requiere tacto: tanto para no desdibujar al ídolo como para conseguir que veamos al ser humano que se esconde tras la leyenda. Ya recomendamos en otra ocasión acercarse a este subgnéro a través de títulos como Janis: Little Girl Blue o Kurt Cobain: Montage of Heck. Lo cierto es que descubrir las facetas de la personalidad de nuestros ídolos es siempre un placer, mucho más satisfactorio si entras en contacto con la verdadera personalidad del sujeto (en ese sentido os recomendamos un experimento muy curioso, Mistaken For Strangers, un ¿docuficción? con The National como excusa). Aunque hay que decir que Lemmy solo tenía una faceta, siempre era él mismo.

Y sobre él, sobre esta obra que ha gustado por igual a seguidores y profanos, solo se puede decir que retrata de una manera honesta al mito, que desvela con humanidad y respeto que toda la leyenda que circula en torno a él es, sencillamente, su manera de vivir.

En la línea de la obra de Legs McNeil y Gillian McCain publicada en 1996 (“Por favor, mátame: historia oral del punk”), a través de los minutos de metraje de Lemmy descubrimos que todo lo que se cuenta como anécdota de una vida llevada al límite es sencillamente la realidad, Lemmy estuvo ahí.

En los excesos, en la gloria, en las anécdotas de quienes compartieron fama y escenarios. Lemmy no es un personaje de ficción, sino que la supera mil veces llevando un ritmo de vida tan intenso, franco y excesivo que cuesta creer que estuviera en activo casi hasta el final.

Como en su mítica canción Ace of Spades, Lemmy se nos presenta como un jugador nato, disfrutón y que vive en el presente. “You win some, lose some, all the same to me”, como si no le importara conseguir una mano mejor o peorYou know I’m born to lose, and gambling’s for fools, but that’s the way I like it baby: I don’t wanna live for ever. Nunca sabe si será este exceso el último o si será el siguiente, pero lo importante para él era vivir a su manera. Y así fue hasta el final, en todos los aspectos.

Además de su propia voz, el documental cuenta con fuentes de lujo como Ozzy Osbourne, Alice Cooper o Slash. Y todos ellos coinciden en una cosa, y es que no habrá otro igual a Lemmy. Por su parte, él como anfitrión de su propia biografía audiovisual (aunque publicó también una escrita con la ayuda de Janiss Garza), narra sin un ápice de pretensión una vida que daba para tres o cuatro de las de los mortales comunes, pero que él milagrosamente consiguió extender hasta los setenta.

En el documental vemos a un hombre viviendo la vida de una manera despreocupada, como si no pudiera haberse quedado por el camino varias décadas atrás después de excesos de toda índole. Lemmy vive tal y como le gusta vivir en su querida Los Ángeles, cerca de su bar favorito y haciendo las cosas que le gustan.

La empatía en este caso con el protagonista no requiere de mucho esfuerzo por parte del espectador -a quién no le gustaría cumplir tantos años habiéndolo vivido todo, como Lemmy-, y resulta imposible no adorar a este tipo duro que estuvo allí, cuando los Beatles tocaron en The Cavern y que continúa disfrutando como un niño de su tragaperras favorita.

En resumen, el documental muestra a un hombre feliz y satisfecho con su estilo de vida, con su bagaje y sus experiencias. Alguien que ha experimentado tanto que difícilmente se distrae con angustias mundanas. Eso y que para muchos es un semidios -y no solo por su aparente superpoder de sobrevivir a todas sus aficiones-. La música le debe mucho a Lemmy, y la leyenda del rock también.

Resulta difícil imaginar al niño inglés que fue un día después de verlo en un escenario, donde nunca perdió la profesionalidad, ni siquiera cuando el oído empezó a fallarle y nadie sabe cómo se las ingeniaba para no perder el ritmo.

Motörhead ya no existe, y Lemmy ya no baja al bar Rainbow a tomar una copa, pero lo cierto es que la leyenda de una generación de músicos que aportaron tanto al arte como la defensa de la libertad de vivir como a uno le viniera en gana, sigue viva en piezas como este exquisito documental que insistimos: no es solo para metaleros. Velo y nos darás la razón.

Deja tu comentario: