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Qué bonito es cuando el cine te sorprende con una película distinta al montón que se exhiben cada semana. Pero qué delicia ver una película sin más pretensión que entretener y que lo haga con todos los recursos que el cine te brinda como lo hace Baby Driver.

En un mundo donde el cine de verano está por extinguirse, gracias a la sobre población de super héroes en la cartelera y su nuevo modelo de mercado, necesitábamos a un héroe diferente, pero sobre todo pedíamos a gritos una película que rompiera los moldes que se han creado para fabricar decenas de películas iguales, en las que no se permiten las sorpresas, ni mucho menos el descaro de atreverse a hacer algo distinto para entretener al público.

Hace no mucho tiempo Edgar Wright (director y guionista de Baby Driver) desertó de la dirección de Ant-man (una de las apuestas “diferentes” de los estudios Disney y Marvel) debido a que dichos estudios le daban negativas a sus ideas para enriquecer la película y al guión escrito por el mismo Wright. Años más tarde Wright llega con su Baby Driver y pone una interesante pregunta en la mesa del cine de entretenimiento: ¿se necesita amoldar al espectador para entretenerlo?

Hace un par de años George Miller con su Mad Max Fury Road asombró a todos y dio una monumental cachetada con guante blanco a quienes por un lado menospreciaban el cine de entretenimiento, y por otro, a quienes creían que el género de acción requería de un universo complejo, personajes profundos, o exagerados y plásticos efectos especiales. Este año, Edgar Wright toma ese guante blanco de Miller y lo restriega en la cara de esas voces y las películas de acción del montón.

Baby Driver es un churrote (como se le dice popularmente a las películas absurdas de acción), pero uno de muy buena calidad. Se disfruta como cualquier blockbuster veraniego, pero saca de la zona de confort la predisposición del espectador acostumbrado a un mismo tipo de película, a un ritmo tan bueno que no da tiempo de digerir la locura y desfachatez con la que Wright te está contando una película de acción con la misma historia que has visto decenas de veces.

Edgar Wright ha creado un musical para contarnos la típica heat movie (película de atraco) donde probablemente ya sabemos lo que va a pasar, pero no sabemos cómo va a pasar, y con ese simple concepto tenemos una película sumamente divertida y refrescante. En este musical los personajes no cantan, pero la música marca el ritmo de los balazos, las letras de las canciones enfatizan las sensaciones de cada escena, también dan pistas de lo que podría estar por venir, y las coreografías las realizan los autos en persecuciones y Baby (Ansel Elgort) junto con los movimientos de la cámara.

Técnicamente Baby Driver es muy impresionante, desde su fotografía con encuadres llenos de información y esos movimientos de cámara precisos, pasando por su descarado e increíble uso del soundtrack como elemento narrativo, hasta lo más sobresaliente que es su edición.

Detengámonos en ese punto un momento y pensemos ¿qué sería de esta película o cualquier buena película sin su estupenda edición?, este es el paso que ensambla todas las partes de la película y prácticamente da vida a la película. La edición acelera a gran velocidad cuando la acción lo requiere, pero sabe frenar a tiempo para bajar la velocidad del filme y permitir a sus personajes tener sus momentos románticos ó crear vínculos que enriquecen la trama.

Los detalles es lo que hace especial a Baby Driver como la secuencia inmediata a los títulos de inicio dónde Baby baila al ritmo de Harlem Shuffle, montando una coreografía en la calle en la que están escondidas frases de la canción, ó el diálogo entre Baby y la cajera del servicio postal dónde hay una pista acerca del significado del final del filme. Esto hace aún más gozadera la experiencia de ver una película que nos pide atención al detalle, pero nos regala mucha diversión.

El cine sin pretensiones que sólo busca entretener no está peleado con la calidad cinematográfica y Baby Driver sólo lo viene a recordar.

 

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