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Sigur Rós ofreció dos fechas en el Auditorio Nacional y marcó huella en cada uno de nosotros. Aquí te contamos por qué ya son un antes y después en el post rock.

La noche cae, las luces artificiales rodearon el recinto y la gente camina a través de los pasillos para llegar a su lugar. Al entrar al Auditorio un tenue sonido da la bienvenida.

Un sonido místico, muy ambiental, apenas perceptible. Hay humo en todo el aire, demasiado. Se invadió todo el lugar y se creó una atmósfera digan para escuchar a Sigur Rós.

Las luces se apagaron. El público aplaudió, gritó y se emocionó. Yo observaba todo desde mi esquina. Sigur Rós es una banda que no había podido ver bien. Alguna vez fue de lejos en el Corona Capital, con una cerveza en la mano, cansado, con más ganas de ver a otra banda.

Pero ahora es diferente. Es Sigur Rós y es su concierto. No hay otra banda. Tengo mi propio lugar, no hace frío ni calor y el público está más enfocado.

Sale Jónsi y compañía. Toman sus instrumentos y comienzan. Sus canciones son atmosféricas e invitan a la instrospección.

Sí, es un concierto de rock, pero no es igual. La música es diferente. No se trata de ver la complejidad de un riff o la velocidad de la batería. Tampoco de analizar las líricas. La melodía de Sigur Rós es más íntima y te invita a darle tu propia interpretación. Por eso es que los amas o los odias.

La misma banda lo ha expresado en varias ocasiones. Algunas canciones sí tienen sentido lírico, pero la mayoría son cantadas en Vonlenska, expresiones fonéticas que arroja Jónsi y que gramaticalmente no tienen un sentido.

Los visuales que manejaron funcionan como un reloj que hipnotiza. Sombras, colores y patrones que involucran al público. Y es aquí donde comienza a ocurrir la magia.

El post rock es un género complicado de digerir. Son paisajes musicales extensos y por lo tanto hay mucha gente que se aburre porque no quiere involucrarse, se resiste a dejar entrar los sonidos y le da pereza mental.

Poco a poco ha ido ganando terreno, pero aún tiene un largo camino por recorrer para destacarse en los sub géneros. Quizá no lo logre y muera antes, pero eso no importa para Sigur Rós, uno de los pilares que ha sabido llevar más allá el sonido.

Mientras la eterna discusión sigue de qué es y qué no es en la música, ellos crearon una identidad propia y la ofrecieron a todo el mundo.

Cada canción te cuenta una historia, la que tú sientas en ese momento. Te lleva al pasado, con tus recuerdos. Tú decides si dolorosos o felices. Nostalgia por algo que ya pasó. Luego, de repente la música te lleva hacia los sueños, el futuro que quieras.

Sigur Rós cuenta tu propia historia y si lo permites puede convertirse en el propio soundtrack de tu vida.

Hubo un intermedio que se sintió como cuando despiertas a medianoche. En el segundo acto volvimos a soñar y recordar. Nos volvió a envolver el humo, las luces, las figuras y los patrones. Sigur Rós desbordó piezas más agresivas hasta cerrar con un climax que nos enchinó la piel y nos hizo poner de pie para aplaudir y gritar de emoción.

La banda agradeció y nosotros hicimos lo mismo. Así como llegaron se fueron. Nosotros comenzamos a desalojar el recinto y sentimos que acabábamos de despertar de un sueño.

Fotos cortesía: OCESA

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