Publicidad

Montones de cabello en el baño y ella ahí tocándose el rostro barbado —un personaje hermafrodito que alude a la Mujer-Cristo con barba cargando un cabrito en Simón del desierto de Luis Buñuel (1965)—.

 

los parecidos the similars isaac ezbanLos parecidos y su homófono los aparecidos es un juego semántico y estético que oscila entre el significado de la diferencia y la repetición, misma que se reproduce no como recuerdo -homenaje- de cada una de las citas de otras películas sino como acto fílmico particular. Es decir, existen los espectros y fantasmas de todas las referencias del cine de ficción y suspenso que emplea Isaac Ezban incluso antes de sus propios personajes pero que temporalmente se reproducen como el futuro del eterno retorno, esa es la condición de poder terrible de Los aparecidos dentro de Los parecidos.

La igualdad y la diferencia se ponen en juego desde el título mismo, el cual contiene no sólo la trama de la película sino el propio proceso de montaje cuyo eje es el mecanismo de apropiación de escenas emblemáticas de suspenso y ciencia ficción de los años 60´s y 70´s, principalmente de E.U. —por ejemplo “La dimensión desconocida”—. En este sentido, quiero dar el beneficio de la duda y pensar que Los parecidos es un ejercicio de búsqueda que va más allá de la cita cinematográfica del homenaje; ya que lo que nos ofrece es un esfuerzo por construir una estética de la ciencia ficción y el suspenso desde coordenadas de identificación local y no una película más de veneración y sumisión a la importación.

De primera instancia la elección de los elementos de localidad parecen ser una salida ramplona que se reducen a ejemplificar el contexto y el territorio locales: dos de octubre de 1968 y la presencia de la mujer indígena. El 2 de octubre es el gran aparecido de principio a fin, una presencia fantasmal que no termina de consolidarse como una mirada crítica del devenir de la historia de la violencia en nuestro país. No obstante el mérito está en el riesgo de tomar un momento “sacralizado” en la memoria de la lucha social para rebobinarlo y acercarlo a otras posibilidades estéticas y de significado más allá del formato del documental.

Particularmente en el tratamiento argumental y actoral de Roberta (María Elena Olivares), la indígena de trenzas, la fuerza no se encuentra en lo que presupone la diferencia que es su indumentaria “atemporal” e idioma indígena —obvio contraste con el castellano y ropa del resto de los personajes urbanizados—, mismos que la distinguen y dotan de un carácter casi mágico y ubicuo. Lo interesante es que este personaje va de ser un aparecido, un fantasma en un rincón cantando una letanía, a un parecido que se incorpora a la trama de “todos somos Ulises” —Ulises protagonizado por Gustavo Sánchez Parra— mediante un carácter cómico a usanza del estilo mexicano de los años cincuenta. Pocos son los momentos que provocan una carcajada pero que en palabras de Isaac Ezban son estratégicos para romper la tensión que la narrativa y la música provocan.los parecidos the similars isaac ezban

Los parecidos: las consecuencias de la igualdad

La combinación de terror, ficción y fantasía en el cine mexicano es un riesgo, a veces de muerte, pero Isaac Ezban ya había trazado el temeroso camino hacia el acantilado desde su primera película El incidente (2014). Con este segundo largometraje, Los parecidos (2015), temerariamente Ezban construye una narrativa mucho más sagaz que el de las historias cruzadas de su anterior exploración cinematográfica —que dicho sea de paso fue muy al estilo de la fórmula que instauró Iñárritu en eso que se inauguró como Nuevo Cine Mexicano—. Ahora nos entrega una historia que subyace a la trama de un cómic que sólo existe dentro del mismo imaginario y escenario de Los parecidos: Un estudiante, un niño y su madre, un empleado de una minera, el boletero de la estación y su esposa, una mujer indígena y una joven embarazada atrapados en la estación de autobuses la noche del dos de octubre de 1968.

El escenario es una noche lluviosa que va más allá del simple “aguacerazo”, la radio —al estilo Orson Wells— ratifica la anormalidad y con ello anuncia una revelación, un peligro latente que genera la ansiedad colectiva. Ahí en el encierro ocurre lo más terrorífico de una sociedad: la mutación agresiva de “todos somos uno”, que en el contexto de la película es darse cuenta del ser alienado que llevamos dentro, el desencadenamiento de tal homogeneización —globalizada— repara en las consecuencias y aseveración de lo que significa materialmente la frase “todos somos iguales”.

Para ser iguales es necesario transformarse, una experiencia dolorosa en el cuerpo porque es, literalmente, cambiarse de piel, al estilo Matthew Bennell (Donald Sutherland) en Invasion of the Body Snatcherslos (1978) y los stragoi de la serie de TV The Strain o “La cepa” de Guillermo del Toro y Chuck Hogan (2014).

La potente imagen escatológica y la sensación de asco cuando vemos que cada converso experimenta la caída de cabello. Montones de cabello en el baño y ella ahí tocándose el rostro barbado —un personaje hermafrodito que alude a la Mujer-Cristo con barba cargando un cabrito en Simón del desierto de Luis Buñuel (1965)—. Episodios de convulsiones y cuerpos babeantes como si estuvieran infectados de rabia. En esta violenta transformación el absurdo impera entre lo sangriento, la ansiedad y la risa que se suma a un elemento más: el poder de la telepatía infantil—este último ingrediente alude a Village of the damned, 1960—. Un estilo entre barroco y kitsch producido por collage, una combinación que incluso podríamos comparar con Scary Movie (2000) sin llegar a lo soez del pastiche hollywoodense.

Por otra parte la referencia a Buñuel se vuelve un pretexto para pensar en las contextualizaciones estéticas a partir del cine mexicano debido a que una de las vueltas de tuerca más significativas de esta película —y que desde mi punto de vista la salva de los “asegunes”— es la acertada combinación con el humor que encarna aquella frase: “una de las maneras de vencer el miedo es con la risa”. Característica que definió y también desacreditó la “ciencia ficción de cartón” y el horror mexicano —vampiros, hombres lobo, lloronas combinadas con maquinas del tiempo, científicos locos y luchadores—. Con todo y sus defectos hoy son películas de culto y una fuente de investigación creativa e histórica para reinventar la fórmula de importación y homenajes del cine mexicano contemporáneo. En ese orden de ideas, la tensión del suspenso y la idea del parecido podemos encontrarla en El misterio del rostro pálido (1934) de Juan Bustillo de Oro, así como en parte de la filmografía de Julián Soler donde combina el terror, la fantasía y el humor.

Una película desconcertante y en momentos absurda, una mezcla de temporalidades que nos hace pensar en la globalización, la tecnología y el devenir de la historia a través de un abanico de sensaciones que bien vale la pena experimentar.

Deja tu comentario: