Wanda Seux, Lyn May, Olga Breeskin, Rossy Mendoza y la Princesa Yamal son las protagonistas de Bellas de noche —y también de día dice María José Cuevas directora del documental, quien alude al título como la dualidad en homenaje a Luis Buñuel y su película Bella de día (1967).
“Ya es de nacimiento que a mi me gusta enseñar” – Lyn May
Mujeres que se enferman por lavar los calcetines de su enamorado, cajas de centenarios, anillos de rubíes, hoteles y rolex, dormir dos meses con un marido muerto son los síntomas del derrumbe de una época de oro de la excentricidad y de la seducción nocturna de los cabarets y las vedettes del periodo lopesportillista (1976-1982).
Un colapso y el escenario nocturno se vuelve diurno, la luz de la mañana y de la noche son tan cegadoras juntas que ya no hay claridad: ¿dónde empieza y termina el espectáculo y la fantasía del pasado? ¿Dónde se acaban los personajes y empiezan las “verdaderas” mujeres?
Cuando los cuerpos y los rostros están familiarizadas a exponerse, a ser mirados, es decir a nuestro día a día, nos damos cuenta que esa delgada línea entre lo auténtico y la vedette no es más que una ilusión porque siempre estamos en busca de perfeccionar nuestra actuación para los escenarios del cotidiano.
Wanda Seux, Lyn May, Olga Breeskin, Rossy Mendoza y la Princesa Yamal son las protagonistas de Bellas de noche —y también de día dice María José Cuevas directora del documental, quien alude al título como la dualidad en homenaje a Luis Buñuel y su película Bella de día (1967). En la película de 1975 el título original era Las ficheras pero fue censurado—.
Más que una recopilación histórica Cuevas reinventa las marcas afectivas de una vanidad que nunca envejece. Con un toque de humor y siempre en el borde de la sensualidad, mujeres que llegaron a la Ciudad de México, dejando atrás lugares tan cercanos como Sonora y Acapulco o así de lejanos como el Uruguay y Paraguay en busca de fama y fortuna, hablan de su estilo de vida nocturno y su cotidianidad, los lujos y la decisión de escribir un libro sobre metafísica—Rossy Mendoza—, las drogas, la ruina y la depresión —Olga Breeskin—, un robo nacional al Museo de Antropología, la cárcel y el fin de una carrera —Princesa Yamal—.
De principio y con la referencia del título, que alude a la primer película de ficheras en 1975 grabada en el Cabaret Bombay, este documental pintaba para ser una historia nostálgica pero se nos presenta como una voz del presente del cuerpo, y no es cualquier cuerpo sino el de ellas hoy, mujeres arriba de los sesenta años acostumbradas al espectáculo, a la novedad, a desnudarse, a los brillos, las plumas, las luces, la música y en medio de todo ese despliegue de seducción ellas coronadas —aun hoy como reina del Tlacoyo son hechas reinas— por la luz del día.
Bellas de noche es un documental entregado a manera de postales que mezclan el pasado y el tono conflictivo del presente como un exceso de la materialidad pese al toque de reconversión cristiana de Breeskin —que dicho sea de paso, fue como una mala nota entonada de la orquesta que se prolongó una eternidad—. Cada historia se presenta menos en el glamour y más en el desgaste del olvido ya sea en la oportunidad del trabajo o en esos cuerpos de Venus de antaño.
El caso de estas vedettes es muy semejante al de muchas de las actrices magistrales y emblemáticas del cine de oro porque no es fácil aceptar el ciclo de la transformación hacia la vejez. Como espectadores nos negamos a hacer la conversión entre el recuerdo vibrante de la hermosura de los veintes y treintas por una imagen “deteriorada” de las arrugas. ¡¡Lo cual es totalmente comprensible!! nos negamos a esta transformación porque somos una sociedad de orden occidental, acostumbrados a la belleza de la juventud, de la proporción, armonía y perfección del humanismo renacentista: aceptamos el desnudo del cuerpo femenino joven pero no viejo.
Cuando Rossy habla de Miguel Ángel o Rubens nos recuerda el cruce histórico de nuestras referencias y cultura del cuerpo entre el renacimiento y el barroco. Por ello, sabemos que el mito, la tradición y las divas están destinadas a la eternidad y “no tienen derecho a envejecer” —dice María José Cuevas—.
“¿Qué hay de malo con el cuerpo?” —pregunta retórica de Rossy Mendoza—Una escena casi salida de una película porno: la princesa Yamal en la cocina y en primer plano, están sus brazos y su torso bronceados, sudorosos, sus senos firmes sobresalen en el escote de su blusa sin mangas y su breve cintura, la acción es lo de menos amasa una pasta y aplasta ajos. Instantáneas de la vida nocturna que se revelan en escenarios diurnos son invadidos por estos cuerpos intervenidos y transformados por el tiempo, las cirugías, las enfermedades y las ausencias de los seres queridos.
Son cuerpos de la noche, del espectáculo y de la televisión que se resisten a desaparecer, a la mínima provocación de una cámara frente a ellas se presenta el personaje, que también es la mujer de cara lavada sobreviviente de cáncer, su vida la entrega a la lucha de protección animal y a sus innumerables cachorros —Wanda Seux—.
En el día a día más allá de sus vestidos llenos de lentejuelas, transparencias, flecos; pelucas y tocados de plumas están ellas aprendiendo e inyectándose botox, con artefactos y cintas vibratorias para el trasero y el abdomen…en un esfuerzo de que el tiempo no les arrebate la piel lisa y el cuerpo firme. No hay nada de malo en el cuerpo y la desnudez sino en la vejez desnuda.
Somos sociedades formadas por una cultura del cuerpo, principalmente, entre el renacimiento humanista y la pornografía —cabe aclarar que no estoy diciendo que no existan otros referentes o que no se estén abriendo otros panoramas culturales de los cuerpos, lo que digo es que este es nuestro principal referente como sociedades con una historia de colonización conservadora— ambos ejes configuran nuestra mirada masculina y femenina sobre el deber ser de la imagen pública del cuerpo y quién debe mirar a quién. Debido a una tradición de la mirada, fundamentalmente masculina, el cuerpo femenino está habituado a ser expuesto para el disfrute y placer voyeur; misma que participa en la construcción estética, sexual, emocional y política de la aceptación y autoaceptación social de cuerpo desnudo expuesto conforme a la moral.
Las películas de ficheras, las bien llamadas sexicomedias o comedias eróticas tuvieron su época de oro en el sexenio de José López Portillo, y ¿cómo no? si Don Jolopo se coronó en la historia por el romance con la guapísima Sasha Montenegro.
En estos años la bonanza en el cine fue para para el sector privado mientras el gobierno aplicaba políticas de austeridad para el apoyo de la producción de cine independiente. ¿Quién pudo promover y fomentar este discurso tan asertivo y funcional para entretenimiento de adultos?
Nada menos y nada más que la hermana del presidente en curso Margarita Portillo, quien fue directora de Radio, Tv y Cinematografía (RTC); quien favoreció a la iniciativa privada que invirtió en películas de bajo costo pero rápidamente recuperables, lo cual significaba realizarlas en el tiempo de la precariedad: poco tiempo, poco dinero y escaso criterio estético y temático.
Televicine, filial de Televisa, fue una de las empresas que produjo comedias, melodramas y cine de ficheras con la característica de la escasez, que sólo era en la etapa de concepción, producción y realización porque en la distribución y circulación eran lo opuesto.
De esta manera, en 1975 Bellas de noche, una adaptación de la obra teatral de Víctor Manuel Castro Arozamena, el güero (1924-2011), tuvo tal éxito que durante 26 semanas tuvo llenos totales en cuatro salas.
Las vedettes eran parte esencial de las películas de ficheras donde encarnaron y excedieron situaciones y características de las clases populares. Al lado de estos cuerpos seductores con voces y bailes cachondos estaban los machos y sinvergüenzas que manoseaban con las manos, los ojos y los albures bajo un precario argumento romántico.
Con todo el cine de ficheras y su tan designada mediocridad vinculada a la expresión local denominada picardía mexicana, no sólo deberíamos leerlas como malas películas sino como parte del reflejo del control político y económico sobre la producción y circulación del cine nacional. —Pero ese es otro cuento—.
El cine de ficheras y las vedettes son un semillero de memoria y estética sobre lo prohibido que es la base de la industria del cine para adultos mexicano. Su estética proviene, como ya se mencionó del exceso de las características de hombres y mujeres de las clases populares, que también podemos encontrar en la expresión gráfica de los carteles que anunciaban estas películas de los “cuentos” del puesto de revistas como El Libro Vaquero, Sensacional de Barrios y el Así soy y qué por citar algunos títulos.
Recuerdo que de niña transmitían por la noche en canal nueve estas películas —y si no me equivoco continúa esa incesante explotación de los derechos sobre los cuerpos y ventaja sobre la circulación de la imagen—y sólo las podían ver mis hermanos, para nosotras estaban prohibidísimas por ser cochinonas y porque estaban hechas sólo para hombres al igual que los “cuentos”.
Pero ese “estar hechas para hombres” no significa garantizar que son lícitos sino todo lo contrario, incluso, ratificaban su carácter prohibido por llegar a casa ¡¡como mercancía de contrabando!! Un tío, que era policía les daba una caja cerrada a la hora en que mi papá no estaba en casa, los muchachos la guardan —muy bien— ¡¡debajo de la cama!! para que luego los escogieran, leyeran y regresaran con la misma discrecionalidad y placer culposo.
Y así en Bellas de Noche el placer culposo de la exhibición de la desnudez entra al estadio de resistirse a la vejez que también es vital. Y así Olga Breeskin después de su interpretación cristiana se entrega, como antaño, a la música y al brillo de la noche con su vestido ajustado y moviendo las caderas al ritmo que todos sabemos:
“…Ya los locutores, lo saben, lo saben/ y los periodistas, lo saben, lo saben /ya los ingienieros, lo saben, lo saben/todos los del poli, lo saben, lo saben/ya todos los pumas, lo saben, lo saben/ todos los rebeldes, lo saben, lo saben/los que están oyendo, lo saben, lo saben/los que me faltaron, lo saben, lo saben/y La Santanera, No sabe, No sabe…”