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Tangerine está situada en la ciudad de Los Angeles California y nos cuenta la historia de Sin-Dee, una prostituta transgénero que ha salido de la cárcel en la víspera de Navidad.

El cine es un arte enérgico que tiene el poder de impactar la vida de una persona, a niveles inimaginables. Sin embargo, su vitalidad se ha visto afectada, como otros rubros de la vida moderna, por la industrialización del nuevo milenio, donde cada producto que consumimos es hecho por montones para su consumo masivo y las películas no son la excepción.

Afortunadamente existe un oasis de cine independiente concebido como una pieza de artesanía, trabajada por la sensibilidad del ser humano y por la máquina. Este tipo de películas son un edén cinematográfico y demuestran que, aún en estos tiempos, el cine tiene vida propia.

Tangerine está situada en la ciudad de Los Angeles, California y nos cuenta la historia de Sin-Dee, una prostituta transgénero que ha salido de la cárcel en la víspera de Navidad, con el deseo de reformarse y formar una relación sólida con su novio, quien también es su “padrote”. El problema es que su amiga Alexxandra, le ha contado que Chester (el padrote en discordia) tiene ya una relación con una mujer blanca y le ha sido infiel a Sin-Dee todo el tiempo.

Parece una sinopsis superficial y poco informativa, pero créame querido lector, que es toda la información que necesita para subirse a esta montaña rusa y disfrutar todo el viaje.

Desde sus primeros minutos, Tangerine nos sube a un tren el cual nunca se detiene. Nos pasea por las calles de Los Angeles, en el micro universo en el que se desenvuelven nuestras protagonistas; un mundo de prostitución, de vagabundos, de desesperanza impregnada en cada escenario, pero que nunca se nos presenta con el fin de deprimirnos. Por el contrario, Tangerine nos habla desde su realidad, donde no conocen algo mejor, pero tampoco algo peor que eso.

Esa es una gran cualidad de Tangerine, la naturalidad con la que se nos presenta todo el ambiente y el contexto de la historia que estamos viviendo (por que esta es una de esas películas que se viven, no sólo se ven).
Nuestras protagonistas transgénero son tratadas por la historia como personajes y no como elementos de polémica, durante y al final del viaje. Da lo mismo si son transexuales, bisexuales, hombres o mujeres, gracias a la humanidad con las que están dotados.

Quizá el aspecto que más ha llamado la atención sobre Tangerine, es el hecho de que se filmó con un par de iPhones 5s, lo cual dicho sea de paso, es asombroso al contemplar el resultado final. Lo más sorprendente es que, no por ser filmada con este dispositivo, está exenta de lenguaje cinematográfico; por el contrario, Tangerine acentúa cada toma con encuadres funcionales al ritmo frenético de la cinta.

Aunque Tangerine es tratada con un enfoque de comedia, hay momentos melancólicos que tocan lo sublime en la historia, que sirven de freno a la historia y se detiene hasta lograr el quebranto de los personajes. A destacar el momento del performance de Alexxandra y el neurótico pero estupendo final.

Tangerine es una cachetada para todo aquel que ha soñado con filmar una película, pero que sigue esperando que todo se acomode a su favor; un testimonio de que en el cine independiente, una película debe gozar su libertad para demostrar al que se atreva a verla, que el cine aún no ha muerto, que el cine sólo es un gigante dormido, esperando quien lo despierte.

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