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Cuesta trabajo creer que Silvana Estrada no llegue ni a los 25 años. Pareciera, por sus letras llenas de sabiduría proverbial y dolor, que es una mujer que ha sentido décadas y décadas de emociones intensas a través de una vida larguísima de subidas, bajadas y rupturas del corazón.

Pero, en efecto, la veracruzana autora de varias canciones que, sin duda, se convertirán próximamente en clásicos del cancionero mexicano —como las de José Alfredo Jiménez, Chavela Vargas o Juan Gabriel— sigue en esos veintipoquitos, todavía cachetones, en los que uno no se imagina que quepa todo eso de lo que Silvana Estrada canta y habla con la maestría del que más ha vivido, visto y experimentado.

Su juventud no le quita mérito alguno, por supuesto, sobre todo porque su arte está parado sobre la base sólida de haber pasado toda su vida rodeada de música gracias a sus padres lauderos y porque desde niña estudió jazz; pero uno no puede dejar de asombrarse, con la boca abierta y los ojos llorosos, por las contundentes voces que esta artista manifiesta con una madurez indudable en cada una de sus canciones: la voz poética de sus letras que toma vida través de la voz de su canto.

No por nada el cantautor venezolano Augustos Bracho la ha apodado “la Reina Bebé”. Y es que además de hacer canciones que su público (tan leal y entusiasta como para agotar siempre las entradas de los foros en los que se presenta sin siquiera haber lanzado el disco) adora, memoriza y repite como mantra, Silvana Estrada tiene esa facilidad, presencia, carisma para llenar el escenario con ella cantando a capela.

Así empezó su concierto en el Teatro Esperanza Iris en el que adelantó parte del disco Marchita: con ella sentada sola en medio del escenario tocando su cuatro venezolano y cantando Un día cualquiera como si de verdad fuera un día cualquiera.

Este concierto, el primero en un foro como el Teatro de la Ciudad, representó tal vez el gran salto en la carrera de la cantante, música y poeta que lidera esta escena de nuevos trovadores, artistas de la música popular sufriente, de las coplas y de los foros pequeñitos, pero acogedores.

De estos ya no más para Silvana Estrada. El 18 de mayo, en un Esperanza Iris retacado, entre los gritos de adoración de su público que le lanzaba los mismo un “¡te amo!” que un “¡Chingona!”, descubrimos, aunque sin mucho asombro, la verdad, que ella va para grande y para largo. Ya desde aquellos dos conciertos sold out en Bajo Circuito podíamos intuir que a Silvana Estrada le estaban quedando chicos los escenarios. Ya se veía venir esa grandeza.

A partir de Qué problema el elenco del show comenzó a unirse poco a poco: Roberto Verástegui en el piano, José Andrés Márquez en la batería, Luri Molina en el contrabajo, Diego Franco en el saxofón y Jimena Estíbaliz ilustrando en vivo los visuales del concierto.

Y aunque el foro era más grande y obligaba cierta solemnidad y reverencia por parte del público, que incluso coreaba susurrando las canciones no fuera a interrumpir con su efusividad el trance de la Reina Bebé, la atmósfera fue de una complicidad íntima llena de conversación y camaradería. Entre canciones no perdió oportunidad para bromear, hablar de su vida y agradecer y agradecer al público por escuchar y cantar a coro lo que ella tiene que decir.

Y así siguieron Detesto en mí, La corriente, La carta, Te guardo, El agua y la miel, Casa, Marchita, Cielito lindo (acompañada por Benjamín Walker, el cantante chileno telonero del concierto), Brindo, Se me ocurre y Al norte, hasta que hizo la finta de despedida sólo para salir otra vez, después de unos aplausos tercos, a cantar Milagro y desastre, Ser de ti y Sabré olvidar, canción que va que vuela para convertirse en una de las favoritas de la borracheras dolidas con tequila.

Todavía volvió a un segundo encore para cantar, en un juego de harmonías con sampleos de su propia voz, Canto ordeño, del venezolano Antonio Estévez.

Después de eso el adiós y la reverencia fueron definitivos. Una Silvana Estrada menudita, con el rostro aniñado y el gesto agradecido agradeció en medio de sus músicos el cariño del público que le aplaudió de pie.

¿Tenemos acaso en pleno 2019 a nuestra propia Violeta Parra? Parece que sí.

Checa las fotos de Carla Danieli.

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