Caifanes, una de las bandas más importantes en la historia del rock mexicano, demostró que su corazón aún mantiene el impacto místico que los hizo tocar el cielo.
Propuestas musicales vienen y van, algunas dan de que hablar, otras salen tan rápido que no provocan eco. Hay un lugar en el paraíso para aquellos que logran sembrar sus atributos en la historia, permitiendo que generaciones posteriores puedan estudiarlos. Caifanes es una de ellas.
Los años ochenta se caracterizaron por la revolución musical que impulsó al desarrollo artístico en nuestro país, la lista de nombres que vanagloriaron dicha época es muy hermética, especialmente, porque muy pocos alcanzaron el grado de maestros en la manipulación de las leyes de la acústica.
Alfonso André (batería), Sabo Romo (bajo), Diego Herrera (teclados) y con el mando supremo de Saúl Hernandez (guitarra/voz) llegaron a la punta del iceberg, son el modelo inspiracional de muchos grupos que corren sus proyectos con el mismo manto técnico, y estamos seguros lo seguirán siendo hasta que la eternidad alcance su límite.
Este 2018 celebran 30 años de haber utilizado la imaginación en pro de su futuro, de haber apostado por sus sueños, quebrantar todos los estigmas que rodean a la industria del arte; cumplen tres décadas de ser la columna vertebral en los cambios metafísicos implementados a la música.
El rumor acerca de qué Caifanes da ceremonias de sanación en forma de conciertos fue corroborado, no solo por Bizarro FM, sino, por el sold out en el Palacio de los Deportes también.
Las luces de los celulares de las 22,000 almas reunidas en el venue asemejaban al cielo nocturno, en punto de las 8:30, el tiempo se detuvo y las cuatro entidades místicas que integran la banda se adueñaron del escenario.
¿Será por eso? fue arrancado del pasado, extraído de su primera producción discográfica; Caifanes (1988), para asentarlo en el presente y que organizara la energía para dar inicio al ritual.
Dando pasos cuánticos entre las dimensiones que coexisten en este plano, avanzaban y retrocedían en su colección biográfica, para satisfacer a cada uno de los asistentes: Un verdadero buffet de sentimientos.
En un impulso político, Saúl, utilizó el micrófono para alzar la voz a favor de todos los estudiantes, metió la mano en las polémicas rendijas del movimiento del 68 y las fusiono con Antes de que nos olviden.
La solidez estructural de esta agrupación mantuvo al público al filo de la explosión emocional, elevando los niveles de producción de endorfina, serotonina y dopamina al interpretar alguno de sus himnos, cada uno de ellos coreado con la intensidad de un huracán.
En más de tres ocasiones intentaron cerrar la presentación, pero fueron en vano, su fiel hinchada, clamaba a gritos que no la dejara, que aún no era momento de despedirse. Pareciera que las tres horas de concierto hubiesen sido una gota de agua para una sed extrema.
Finalmente, el bagaje ritualistico que incluye La Negra Tomasa fue seleccionado como cuarzo sellador. Caifanes salió de escena, sin embargo, su alma se fracciono y se esparció en la atmósfera recayendo en los asistentes, quienes agradecieron con lágrimas en los ojos; seguramente una noche que permanecerá en sus recuerdo toda la vida.