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El cielo sobre la capital mexicana se abrió en un diluvio al atardecer, un preludio casi poético para la tormenta que Mateo Palacios Corazzina, mejor conocido como Trueno, desataría dentro del Palacio de los Deportes. Minutos antes de que sus rimas encendieran el recinto, los truenos reales, como un augurio cósmico, resonaban sobre el domo de cobre. Era una noche para redefinir la rebeldía, para entender que, si el rock and roll fue en su momento el estandarte de la inconformidad juvenil, hoy esa bandera ha encontrado nuevas manos y nuevos ritmos.

Para muchos de los jóvenes que atestaron el Palacio, el concierto de Trueno era su primer gran ritual musical. Se les veía llegar en solitario, en grupos de amigos, o de la mano de padres que, quizá sin saberlo, los acompañaban a un parteaguas generacional. La edad promedio no superaba los 25 años, y esa juventud se tradujo en una energía inagotable. Ni un solo instante los ánimos flaquearon. La vitalidad de este público demostró que la rebeldía, lejos de ser un género musical, es una cualidad inherente a la juventud, una fuerza que se adapta y se transforma con cada nueva época.

A las 8:40 de la noche, las luces se apagaron. La música de fondo se silenció, y la silueta del rapero de La Boca, con su nombre oficial resonando entre los ecos, apareció en el escenario. Un rugido eufórico brotó de la multitud. La primera estrofa de “Fuck el Police” retumbó con tal fuerza que el mismísimo piso del Palacio pareció vibrar. Estábamos inmersos en “El Último Baile World Tour”, y el baile había llegado a su punto de ebullición en el querido suelo mexicano.

El mar de playeras, dominado por los escudos de Boca Juniors y la selección argentina —un guiño a las raíces del artista que días antes, en conferencia de prensa virtual, confesó su amor por los días lluviosos del “Distrito Federal”—, no dejó de corear. Temas como “Feel Me??”, “Tranky Funky” y “Tierra Zanta” fueron himnos vociferados de principio a fin, prueba irrefutable de que la energía juvenil tiene una resistencia extraordinaria.

La noche tuvo momentos de camaradería memorable. La aparición de Aczino, esta vez no como rival de batallas sino como un colega que reafirma los lazos más allá de la contienda, ofreció rimas que quedarán grabadas en la memoria de los asistentes. Y mientras el concierto avanzaba, la banda que acompañaba a Trueno revelaba su propia declaración: batería, bajo, guitarra y cajas de sonido que replicaban la fuerza visceral de una banda de rock. En los temas finales, “Sangría”, “Atrevido” y “Violento”, se sentía la esencia cruda de una formación clásica, pero con la lírica y la cadencia que definen a la nueva era.

Para cerrar la noche, “Dance Crip” convirtió el Palacio en una pista de baile masiva. No fue un “sold out” en su totalidad; había algunos huecos en las gradas y espacios en la sección general. Pero eso importó poco. La fiesta se desató con una intensidad que no necesitaba de llenos totales para detonar la energía.

Trueno lo dejó claro en “Sangría”: “Te guste o no te guste somo’ el nuevo rock and roll”. Y esa noche lo demostró. La rebeldía ya no exige un solo de guitarra de diez minutos o un cuestionamiento constante desde la melancolía. La juventud de hoy, abanderada por el hip hop, los corridos tumbados o el reggaetón, está jugando un papel clave en el orden mundial, y merece que su bandera musical sea cobijada. Poco importa si esa bandera no viene con el clásico espíritu del rock.

El 10 de junio es una fecha que, en México, se asocia con el “Halconazo”, la represión estudiantil de 1971. Cincuenta y cuatro años después, en otra parte de la misma ciudad, un grupo de jóvenes se rebelaba a su manera contra el sistema, no con violencia, sino con la euforia de sus propias voces y el poder de su propia música. La verdadera analogía del rock and roll es la rebeldía misma, una llama que nunca se apaga, solo cambia de antorcha, y anoche, esa antorcha ardió con la fuerza del Trueno.

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