Llegó por fin el primer día del Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino.
El Vive Latino celebró su decimonovena edición en el Foro Sol con un cartel de amplia diversidad musical, con cinco escenarios instalados y un sin fin de atracciones que desde su publicación prometieron una experiencia completa de música y entretenimiento.
Es necesario mencionar que para quien estas líneas escribe es la primera vez en los últimos años, que el cartel del festival despierta emoción por los actos en vivo confirmados y principalmente por la organización de los horarios, uno de los grandes aciertos de este año, ya que no concentraron a todos los headliners en un solo escenario y tampoco los pusieron a la misma hora.
A media tarde y después del rápido acceso al recinto, me dirigí directo al escenario principal para ver de cerca la presentación de Enjambre pues el hype de tocar en el Vive, pero principalmente la reacción de la gente, instalaron la curiosidad en mi para eliminar prejuicios y ver qué sucedía. Entonces lo que ya suponía quedó confirmado, su público simplemente los adora, la gente se desgarra la voz coreando canciones, y al aparecer Luis Humberto, vocalista de la banda, es el único que percibe ese feeling, ya que los demás integrantes no muestran ni un poco de carisma al momento de tocar cual si fueran robots.
Ya concluido el vistazo y confirmadas mis especulaciones, entré a explorar la zona de prensa, la más aburrida de todo el festival, llena de personas ya entradas en años, de actitud blanca con mucha pose, mucho trabajo también de muchos otros y otras, pero principalmente pose.
Salí huyendo de ahí hacia una de las carpas donde estaba terminando la presentación de El mató a un policía motorizado y lamenté no haber llegado antes, ya que los argentinos estaban destrozando tímpanos con altos niveles de distorsión en sus guitarras y con un tono indie de influencia noventera que tenían al público saltando y moviendo la cabeza al ritmos de sus rolas.
Dos canciones, terminaron y entonces tuve tiempo para ir por la primer cerveza de la tarde y probar el sistema cashless que por un momento supuse que no funcionaría adecuadamente ya que a otros festivales no les había resultado, pero por fortuna supieron ubicar bien los puntos de recarga y la atención fue rápida y amable.
Concluida la recarga, me dirigí hacía uno de los vende-chelas que estaba fuera de la concentración de personas, que dicho sea de paso, el festival parece no entender que es horrible estar viendo a tu banda favorita tocar y que de repente uno de estos señores te empuje y te cubra la vista sin avisar que va a pasar, solo aventando alv a la gente y gritándote al oído.
Ya con chela fría pero sin sabor y que parece que está rebajada con agua, llegó el turno de escuchar a Nicola Cruz, a nivel personal uno de los actos más esperados, quien puso a bailar al público, sin temor a equivocarme, más joven y probablemente más prendido del festival, ya que el chavorruquismo no se mueve del escenario principal esperando al cliché súper predecible que representó Molotov en ese escenario y en este festival.
Además de Nicola, en este escenario se presentaron María Daniela y su Sonido Lasser, el acto más queer del evento con grandes invitadas como Jessy Bulbo; y Kali Uchis, quien estuvo acompañada sorpresivamente por una banda para interpretar un set corto pero que incluyó gran parte del repertorio más querido por el público.
Estos dos escenarios vecinos, que pudieron funcionar mucho mejor de no ser porque algunas presentaciones se cruzaban por minutos en horario y los sonidos se perdían, en conjunto con la carpa intolerante reunieron a los actos más frescos de festival, la verdadera renovación y vanguardia del mismo que atrae a las nuevas generaciones y le impide desaparecer, pues de ser sólo por Panteón Rococó cantando con Café Tacuba, esto ya estaría a punto de volverse concierto de puros recuerdos.
Una parada en el baño antes de ser testigo de la llamada invasión inglesa en el Vive donde me encontré como en otros años, con mujeres usando sanitario de hombres, lo cual no debería ser problema, pero que varones que sacan su peor comportamiento hostigando e incomodando, lo convierten en uno. Tal vez sea momento que el festival apueste por la perspectiva de género más allá del diseño del cartel y los escenarios y encuentre alternativas para evitar violencias dentro del evento.
Así ya con otra cerveza, me dispuse a ver uno de los actos más extraños antes vistos en un Vive Latino, la presentación de Morrissey, quien parecía ser ignorado por el público con sus temas más recientes y ultra alabado con los clásicos como How Soon is Now?, con mensajes de protesta en las pantallas, pero que al final no le ganan a la nostalgia y lugares comunes de los que quiere servirse el público, fenómeno que también experimentó Noel Gallagher.
Finalmente y para calmar la sed provocada por el baile en los escenarios vecinos, una chela más llegó a mí para terminar de gastar las energías con los beats y grandes arreglos de la presentación de Titán, que no aprecié en su totalidad pues me retiré antes para encontrar un bus que me acercara a casa, que es otro de los grandes aciertos del evento, pero que debe planearse mejor el estacionamiento y asenso de los pasajeros para evitar algún accidente.
El Vive Latino se ha vuelto demasiado amplio en su oferta de entretenimiento y hay que reconocer que les ha venido a bien apostarle siempre a las bandas nuevas, que aunque la mayoría del público de este festival sea aferrado al pasado, tiene que permitirse seguir abriendo espacio para nuevos ritmos, nuevas propuestas en miras del futuro y esperamos que así se para su edición 2019 donde se celebrarán 20 años de vida de este evento.
