El llamado “niño prodigio del cine” Xavier Dolan ha regresado con su más reciente filme No es Más Que el Fin del Mundo, su sexta película en su joven pero impresionante carrera cinematográfica.
La admiración hacia Xavier Dolan quizá se deba al hecho de que sus películas hablan del caos adolescente en la búsqueda de una identidad, pero también responde a que sus seguidores ven en él la fantasía del joven que puede ser cineasta, hecha realidad.
En esta ocasión Dolan realiza la adaptación de una obra de teatro de Jean-Luc Lagarce, donde relata cómo Louis, un joven escritor tras doce años de ausencia, regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia (su madre, hermano y su hermana menor a quien aún no conoce) que pronto morirá. Con una trama sencilla, Dolan encuentra nuevamente en las relaciones familiares el estruendo narrativo característico de su cine, sólo que esta vez lo trata de manera diferente y ahí está lo interesante.
Con un casting envidiable que incluye a Gaspard Ulliel, Nathalie Baye, Marion Cotillard, Léa Seydoux y Vincent Cassel, el director canadiense crea una fábula del hijo pródigo que regresa a casa tras largos años de ausencia, ese que siempre viene a poner armonía en un hogar…o al menos eso es lo que creen los que nunca se han ido.
Dolan recurre al viejo pero confiable truco en el que al espectador desde un inicio, le da información que los demás personajes desconocen, creando en uno un prejuicio con respecto a todo lo que está por ocurrir y sobre todo, por el comportamiento de los protagonistas. Esto de entrada propone una nueva herramienta en el cine de Dolan y reta al espectador a intentar comprender la psique de cada personaje, aún con la información privilegiada que se tiene, como en una especie de experimento social. De este modo es difícil ponerse de algún lado, pues la empatía y los escrúpulos se pueden adjudicar a cualquiera de los personajes.
No me sorprendería que con este filme, los fieles seguidores de Xavier Dolan se decepcionen e incluso le reclamen el que no les cumpla con lo que les ha venido ofreciendo a lo largo de su joven carrera, lo cual es cierto, puesto a que este filme significa un paso adelante en la filmografía del canadiense. Quizá un paso no muy sólido, pero si avante.
No es más que el fin del mundo rompe con algunos de los elementos característicos del cine de Dolan: los personajes ya no explotan en berrinches, ahora las emociones siguen siendo fuertes, pero son contenidas y reprimidas por los personajes quienes ya no buscan aislarse, ahora intentan armonizar con los otros.
La música ya no acompaña a las escenas como videoclip, aquí las canciones fortalecen la escena acrecentando su significado (ese final con Natural Blues de Moby). Y en lo visual la estética es adaptada a la atmósfera de la historia, cambiando el preciosismo por encuadres más cerrados intensificando la claustrofobia del conflicto, colores tenues que contrastan con tonos más cálidos en momentos específicos de la trama y un momento surrealista al final del filme que vale la pena rescatar.
Sin ser una película sólida en su totalidad, con No es más que el fin del mundo Xavier Dolan da muestra de una evolución cinematográfica que nos hace creer que todavía no hemos visto nada de este joven director con lo que podría llegar a ofrecer. Dejemos que el tiempo resuelva nuestras dudas.